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Cuidar el ambiente y la sustentabilidad de la vida

Construir la integralidad de la educación ambiental implica atender a una de las dimensiones más constitutivas de los seres humanos: el cuidado. Nos referimos al cuidado del ambiente, las personas y todos los seres que habitan el planeta. Como todo concepto polisémico, existen distintos sentidos respecto a la noción de cuidado, aunque podemos encontrar en todos ellos un denominador común: el cuidado es algo que sucede en los vínculos. Es una relación de co-estar, un convivir. Somos en cuanto somos con otras y otros. Y este con-vivir nos lleva a entender el cuidado como un modo de vincularnos con el mundo circundante (Programa de Prevención y Cuidados en el Ámbito Educativo, 2021). Saber cuidar supone una capacidad -que es necesario aprender- y, a la vez, un vínculo -que es necesario construir- con aquello que deseamos cuidar. Saber cuidar implica, también, un sentido de responsabilidad, una ética del cuidado, es decir, preocuparse y ocuparse por el bien-estar del otro y la otra, involucrándose afectivamente (Boff , 2017).

Como sostiene Toledo (2019), el término sustentabilidad ha realizado un largo recorrido y en su devenir se ha convertido en concepto, paradigma, marco teórico, instrumento técnico, utopía y muchas cosas más, pero sobre todo se ha vuelto la palabra que contiene el deseo de un mundo mejor. En sintonía con lo planteado, recuperamos el artículo nro. 3 de la Ley de Educación Ambiental Integral que define a la sustentabilidad como “proyecto social”, que supone “el desarrollo con justicia social, la distribución de la riqueza, la preservación de la naturaleza, la igualdad de género, la protección de la salud, la democracia participativa y el respeto por la diversidad cultural”, en el marco de una ética que promueve una nueva forma de habitar el mundo.

Es preciso, entonces, alejarnos de ciertos tecnicismos e identificar y desarrollar una definición de sustentabilidad que convierte al concepto en una herramienta política de emancipación social 27 y ambiental (Toledo, 2019). La educación en general, y la educación ambiental integral en particular, tienen, en este sentido, un gran desafío: la formación de nuevas ciudadanías en las que la sustentabilidad sea un horizonte posible y deseable para las presentes y futuras generaciones. La escuela, en este marco, se configura como un espacio de posibilidad en el que aportar a dicha construcción y resulta desafiante para las educadoras y los educadores asumir esta tarea. Es un camino que estamos recorriendo y existen variadas experiencias en las aulas que ponen en práctica estrategias pedagógicas creativas e innovadoras.

Este eje propone pensar el cuidado en clave ambiental. Es decir, proponemos incluir en las prácticas de educación ambiental integral la dimensión colectiva del cuidado, la cual pone de manifiesto la interrelación no solo de los sujetos en cuanto seres sociales sino también la interdependencia que los sujetos tenemos con el ambiente. Somos completamente interdependientes y ecodependientes; porque, por un lado, resulta imposible pensar la vida de un ser humano sin otro u otra ser humano; y, por el otro, todos los recursos y bienes que utilizamos para todas nuestras actividades y nuestra subsistencia provienen de la naturaleza. El problema radica, en palabras de Boff (2017), en que estamos transitando un tiempo de descuido y de indiferencia, es decir, de falta de cuidado que exhibe sus límites en el descuido del planeta, en la falta de cuidado con la vida en todas sus formas y en el incremento de los conflictos en las relaciones sociales. Se hace indispensable, entonces, generar consensos sobre cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podríamos aportar, desde la escuela, para que el camino hacia la sustentabilidad, la justicia social y ambiental, sea posible.

Desde los movimientos feministas, un aporte central radica en poner en el centro el cuidado de la vida y en el último tiempo han surgido interesantes debates en torno a la relación entre el cuidado de los cuerpos y el cuidado del ambiente y la naturaleza. Es importante cuidar la vida en su integralidad, comprender la relación estrecha que existe entre la salud de las personas, los animales, los ecosistemas y los territorios. Asumirnos como interdependientes y ecodependientes son condiciones necesarias para construir una pedagogía que ponga en el centro el cuidado y que integre el enfoque ambiental. Es fundamental, entonces, construir propuestas pedagógicas que coloquen a la vida en el centro de la reflexión; y apostar al despliegue de este desafío a través de la educación ambiental integral.

Desde este posicionamiento, la educación ambiental integral en la escuela se propone como una experiencia formativa que genere espacios de posibilidad para sentir, vivenciar, cuidar, proteger, valorar y disfrutar el ambiente, los cuerpos, los territorios, la naturaleza y su diversidad. Hacemos énfasis en la posibilidad de ampliar las experiencias formativas que pongan en valor el cuidado de la vida y su diversidad, la biológica y la cultural, para conocer, ampliar y complejizar los saberes ambientales construidos en la escuela.

A modo de cierre, en este documento propusimos cinco ejes transversales para garantizar la integralidad de la educación ambiental en la escuela, a partir de un abordaje complejo, transversal y situado, tomando como punto de partida la Ley N°. 27.621 y los objetivos del Área de Educación Ambiental Integral del Ministerio de Educación de la Nación. Si bien fueron presentados cada uno de manera separada, de ningún modo, pueden comprenderse aisladamente, están relacionados y se complementan entre sí; y, construyen, entre todos, un enfoque específi co que orienta las prácticas pedagógicas y nutre a la escuela de una perspectiva ambiental emergente e imprescindible para las presentes y futuras generaciones.

Estos ejes contribuyen a pensar la enseñanza de los temas ambientales y, a la vez, buscan aportar a una participación y compromiso con el cuidado y protección del ambiente. Son orientaciones, unas de las tantas posibles, que alumbran un camino en plena construcción y que esperamos que resulten una invitación para imaginar, crear y reinventar horizontes más justos en y desde las escuelas. Pretenden fortalecer el espacio escolar, complejizar el currículum, actualizar la formación docente, dinamizar los contenidos, ampliar los saberes, contextualizar la pedagogía, interpelar el rol docente, incentivar la participación de las y los estudiantes. En definitiva, estos ejes ofrecen ideas orientadoras para la formación de nuevas ciudadanías, más críticas, participativas y comprometidas con el cuidado y la protección del ambiente.


Recuperando a Pérez Orozco (2021), la crisis ambiental civilizatoria se expresa como un confl icto entre el capital y la vida, donde la lógica económica se pone en contradicción con la sustentabilidad de las vidas. Consideramos interesante retomar estas perspectivas que pone en el centro del análisis el modo en que son afectados todos los procesos vitales, los cuerpos, las energías, las emociones cuando se analizan los impactos ambientales.

En este sentido, es muy potente el paradigma biocultural (Toledo, 2013) que plantea que la diversidad biológica y la cultural son mutuamente dependientes y geográfi camente coterráneas. Este paradigma conjuga el interés biológico y ecológico con el interés antropológico, e inaugura nuevos caminos pedagógicos y académicos, articulando la dimensión biológica con la cultural. Esto tiene implicancias en los modos de conocer, habitar y cuidar el mundo como también en la manera de enseñarlo promoviendo el cuidado del ambiente y la sustentabilidad de la vida.